En el último tiempo, el tema de la salud mental de los estudiantes universitarios ha adquirido una visibilidad notoria a través de diversas columnas de opinión, reportajes, manifestaciones de estudiantes, y un abordaje aún muy incipiente en el Parlamento. Como académicos de la Escuela de Psicología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, nos sentimos comprometidos con este problema y con avanzar hacia una solución.

Las posiciones frecuentemente representadas en los medios normalizan el estrés de los universitarios, asociándolo al rendimiento académico, y avanzando en la idea de que, por alguna razón, los estudiantes de hoy no estarían preparados para enfrentar las demandas propias del periodo universitario. En este contexto, se alude frecuentemente a categorías generacionales (por ejemplo, los “Millenials” o la “Generación Z”). Para esta posición, la universidad siempre ha sido demandante, y las nuevas generaciones serían menos resistentes a las presiones propias de la educación superior.

En este marco, el problema no es la demanda por rendimiento académico dirigida por las casas de estudio a los universitarios; la cual es y siempre ha sido una constante. El problema lo tienen las y los estudiantes. Incluso, se desliza la idea que esta generación se dedica más a disfrutar que a desplegar habilidades por el trabajo.

Otras voces denuncian la excesiva carga académica a la que objetivamente estarían expuestos los estudiantes universitarios, exigiendo modificaciones sustantivas. Desde este punto de vista, la exigencia académica se ha incrementado en el marco de modelos pedagógicos anticuados, e incluso obsoletos, cargados de un contenido que, al momento de ser impartidos, han caducado; enfrentando a los estudiantes con un futuro laboral incierto, que demanda habilidades que no son sistemáticamente impartidas por las casas de estudio.

Desde esta posición, el problema no son los estudiantes, sino la exigencia académica excesiva a la cual están sometidos y la posible desconexión entre lo que se enseña en la academia y las habilidades efectivamente demandadas por el mercado laboral actual.

Otro punto de vista indica que los problemas “siempre han existido”, pero que la salud mental ocupa un lugar diferente en el discurso social actual, con lo cual, por primera vez, los estudiantes universitarios se sienten autorizados para plantear sus demandas en este sentido. Nada ha cambiado en la universidad, excepto la posibilidad de visibilizar el tema de la salud mental.

Las escasas investigaciones científicas se han enmarcado una discusión que, probablemente, ha demorado demasiado en llegar. Un estudio reciente, que ha tenido bastante cobertura en los medios, indica que un 44% de los estudiantes universitarios chilenos ha recibido tratamiento psicológico; que un 46% presenta síntomas de depresión; y que más de la mitad sufre estrés (Primera Encuesta de Salud mental Universitaria).

Un segundo estudio desarrollado recientemente bajo el alero del Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP, FONDECYT Regular 1150166) mostró que las estudiantes mujeres exhiben mayores síntomas de depresión, y que los niveles de depresión entre los estudiantes no varían según institución de pertenencia, edad o nivel socioeconómico. Este último estudio mostró que mientras mayor sea el nivel de bienestar psicológico de los estudiantes, menor el nivel de sintomatología depresiva. Todo indica que nuestros estudiantes universitarios presentan niveles altos de síntomas depresivos, y que en general, presentan una carga de problemas de salud mental mayor a la población general, es decir, son un grupo de alto riesgo. Este punto ya es gruesamente una mala noticia acerca de la calidad de vida y el bienestar subjetivo de jóvenes que actualmente están definiendo y tomando decisiones en dimensiones cruciales de su futura vida adulta.

¿Cómo serán los profesionales del futuro si estos niveles de salud mental se mantienen o agudizan? No podemos concluir nada con precisión si las mismas universidades no entregan elementos serios y argumentados acerca de la salud mental de sus propios estudiantes. La ausencia de pistas claras permite que mitos y tensiones intergeneracionales vengan a responder a las preguntas que insisten en estos días: ¿Cuánto sufren?, ¿de qué?, ¿con cuáles riesgos?, ¿qué pueden hacer concretamente las universidades?, ¿qué participación podrían tener los mismos estudiantes en este hacer con su propio sufrimiento y/o en el de sus compañeros?, ¿qué rol compete a las organizaciones estudiantiles?

No nos apresuremos en responder estas las preguntas con explicaciones fáciles (del tipo “los Millenials son así”) o en hacer caer el juicio de las generaciones anteriores sobre las nuevas, como si las cosas no cambiaran. La carga de salud mental en nuestros estudiantes universitarios es muy real, está respaldada por algunos estudios preliminares, y requiere, por cierto, de un abordaje a la altura del desafío. Que acoja adecuadamente este sufrimiento. La pregunta que necesitamos hacernos es “¿cómo dar lugar y acompañar decididamente este malestar?” y no banalizar un sufrimiento, a todas luces real.

Alex Behn, Alejandro Reinoso

Académicos Escuela de Psicología UC

Fuente: www.eldinamo.cl